Dejamos a nuestra gata sola por dos noches.
Bueno, una familiar muy querida nos ayudó a ver por ella, le dio de comer y la acompañó unos momentos cada día. Pero igual, no es lo mismo.
Cuando llegamos se alegró de vernos (no como se alegran los perros sino como se alegran los gatos) y busqué que jugara con el único juguete que realmente le gusta: un pedazo de cuerda de tela.
Ella sin juzgarnos por el abandono y sin siquiera por un segundo hacernos sentir mal por eso, respondió de inmediato al juego y de nuevo todo estaba como antes.
Eso me hizo pensar que deberíamos ser más como los gatos: Sin resentimientos y viviendo siempre en el presente.
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